viernes, 24 de mayo de 2019

LA HISTORIA DEL TÍO DESIDERIO



En el pueblo se comenta que Enrique era el hombre más triste que se recuerda desde que el pueblo es pueblo. Dicen que ni cuando era pequeño y los Reyes Magos llegaban cargados de regalos y sueños, esbozó el más mínimo conato de sonrisa. No sabemos si es por esa costumbre inveterada de mantener su rostro en la más absoluta seriedad, o porque desde su nacimiento ya estaba predestinado a no sonreír nunca jamás, el caso es que sus labios eran la más pura expresión de la melancolía.
Antes de seguir adelante, hemos de advertir que si ustedes van por el pueblo de Villa Bermeja y preguntan por Enrique, nadie les dará noticias de él. Incluso alguien les dirá que esta historia es pura ficción. Otra cosa sería si preguntan por Desiderio. Entonces, todos le darán pelos y señales de su vida y milagros.
No obstante, todo hay que decirlo, su nombre auténtico, según consta en la Partida de Nacimiento expedida a petición del que suscribe, con el fin de aportarles el máximo número de datos fiables sobre la identidad de nuestro protagonista, es Enrique.
Como quiera que todo, en este mundo, tiene su explicación, ahí va la del cambio de nombre de nuestro protagonista: en el pueblo, toda la chavalería conoce una canción que ha pasado de padres a hijos como auténtico patrimonio cultural de la villa, y como el protagonista de la canción que a continuación les transcribo se llamaba Desiderio, es fácil comprender el cambio de nombre de nuestro amigo.

Ahí va la dichosa canción:
Era un rayito de luna
que alumbraba el cementerio,
donde reposan los restos
de mi Tío Desiderio.

 

 

Desiderio, Desiderio:
siempre triste y siempre serio.
Sí…, no fuera por el rayo
de lunita que te alumbra,
que sería de tu fosa,
que sería de tu tumba.
Tumba, tumba, tumba, tumba.

A las 12 de la noche,
cuando la luna alumbraba,
se oía cantar a mi tío
melodías a su amada.



De pena murió su amada
junto a mi tío quedaba,
y en noches de picardía
esa tumba…, se movía, se movía, se movía.

Desiderio, Desiderio:
siempre triste y siempre serio.
Sí…, no fuera por el rayo
de lunita que te alumbra,
que sería de tu fosa,
que sería de tu tumba.

Tumba, tumba, tumba, tumba.

O sea, que según se deduce de esta canción, nuestro vecino Desiderio era triste hasta para ser un muerto. De ahí podrán ustedes colegir, amigos lectores, que un encuentro con Enrique-Desiderio en noche de Luna Nueva podría ser poco menos que catastrófico para un corazón pusilánime.


Puestas así las cosas, no es difícil imaginar que antes o después el bueno de Enrique, o Desiderio, o como quieran ustedes llamarle –creo que lo vamos a dejar en Desiderio de aquí en adelante, si a ustedes no les importa- llegaría a ser consciente de que su apariencia física no despertaba la admiración de sus convecinos.


Efectivamente, así Sucedió. Desiderio tomó plena conciencia de la entidad de su rostro el pasado año durante las fiestas de carnaval. Dado que ni su espíritu ni su cara –espejo del alma, según dicen- se prestan a asuntos de carnestolendas, era de tal calibre el contraste que se establecía entre ésta –su cara- y la de sus paisanos, que el simple hecho de su observación en plena fiesta callejera, llamó la atención de los visitantes forasteros. Y la llamó tanto que su figura llegó a convertirse en la más admirada de las máscaras de Villa Bermeja: como tal fue considerada su faz por los visitantes...
La expectación llegó hasta el punto de obligarle a firmar cientos de cartelillos como si de una “prima donna” se tratase.

Pasadas las fiestas, todo volvió a su ser natural, los vecinos de Villa Bermeja a sus labores cotidianas, sus chanzas y bromas en las tertulias de las tabernas. Y las academias tabernarias, como si de claustros universitarios se tratase, pontificaron ex-cátedra sobre la seriedad de nuestro exitoso amigo Desiderio y sus posibilidades en orden al desarrollo turístico de la localidad en un próximo futuro. Hubo tertulia que llegó a la conclusión de que se hacía de todo punto necesaria la inclusión de la cara de Desiderio dentro del Catálogo de Bienes Culturales Bermejinos.

Sin embargo las cosas no siempre ruedan a gusto de todos, como bien saben los filósofos. Sucedió que el bueno de Desiderio no cesaba de evocar aquellas caras sonrientes y felices que, durante las carnestolendas, fueron su escolta continua y bullanguera. Algo, en su interior, le decía que aquellas caras eran, realmente, el espejo de unas almas felices y que, lógicamente, aquel rostro tan serio que Dios le había dado era el fiel reflejo de su alma triste y desvaída.

Llegado a esta conclusión, Desiderio consideró que ni las cátedras tabernarias, ni aun las órdenes superiores de la Autoridad Municipal, ratificadas por el Pleno del Ayuntamiento, eran causa suficiente para impedirle cambiar su gloriosa y taciturna expresión. Decididamente, quería ser una persona prosaicamente sonriente y de expresión alegre, aunque ello supusiese caer en el más vulgar de los anonimatos.


-Madre, voy a aprender a sonreír. Y para eso, he decidido comprar todas las revistas de humor que en este país se editen, pagar la mitad de mi parte de herencia para recibir las clases pertinentes de los más sabios doctores o hacerme la cirugía estética, si es necesario.


-¡Hijo! -Gritó su madre estupefacta y a punto de sufrir un infarto-. ¿Cómo se te ha ocurrido hacer tal disparate?


Tiempo le faltó a la pobre mujer para salir disparada camino de las casas consistoriales. Aún no se había puesto el pijama para echar su reparadoras siestecita de todas las tardes, cuando su atribulada mamá clamaba ya en el antedespacho del señor Alcalde. Se hacía de todo punto necesario buscar una ayuda que, ante la dramática decisión de su hijo, se hacía más que imprescindible.


Don Eustaquio, el Alcalde, alarmado ante tan grave decisión, dispuso reunir a las fuerzas vivas del pueblo. Se imponía una urgentísima toma de decisiones. Había que definir la estrategia a seguir para poner fin a la trágica decisión de nuestro amigo Desiderio.
-Eso ha sido cosa del Partido de Unificación Municipal (P.U.M.), el partido de la oposición –sentenció-, que no renuncia a cualquier tipo de acción con tal de romper nuestra hegemonía en el gobierno municipal.

El maestro, versado en temas de psicología conductista, sugirió la idea de pedir la colaboración del párroco, hombre de oratoria más que contrastada tanto en las homilías de los domingos en Villa Bermeja como en otras aldeas vecinas, a las que solía acudir a sustituir a los curas propios cuando por enfermedad o visita al señor obispo, éstas quedaban sin el sustento espiritual de la palabra sacerdotal.
El señor Alcalde, poco dado a implicar a la Iglesia en asuntos puramente civiles, consideraba, sin embargo, que esto sería sólo un último recurso al que sólo se acudiría si fracasaban otras soluciones.
-¿Y si declaramos el estado de sitio en su domicilio? –Sugirió el señor Cabo de la Guardia Civil-. Dado que nos encontramos ante una situación de emergencia, creo que estaría más que justificado...
Tampoco esto le pareció adecuado a don Eustaquio: sería necesaria la aquiescencia del señor Gobernador Civil que, por cierto, era del P.U.M. Y eso, en cierto modo, supondría una demostración pública de la debilidad del poder municipal. Y sospechando que la oposición estaba detrás de aquellas maniobras... no era lo más conveniente para el partido en el gobierno.
-Se nota que ustedes los militares están alejados de las tareas políticas, señor Cabo –afirmó tajante don Eustaquio-. ¿Qué pensarían mis superiores del Partido Independiente Democrático
Estatal (PIDE)?


En vista de que cada vez resultaba más complejo encontrar una solución adecuada en orden a conseguir que Desiderio-Enrique hiciese dejación de sus intenciones, el señor Boticario, persona
diestra en el arte de las formulas magistrales, elevó al representante del saber judicial una consulta sobre la posibilidad de que el pueblo se pronunciase en referéndum acerca de la funesta intención de Enrique-Desiderio.

-Hay que reconocer –indicó el señor Procurador- que la posibilidad técnica, existe. Ya que el pueblo podría pronunciarse entre un SÍ, a las intenciones de nuestro problemático conciudadano o un NO, rotundo y sin más.
-Y jurídicamente, ¿es posible? –Consultó el señor Alcalde, siempre presto a que la legalidad vigente de ninguna manera fuese rota.


Después de larga disquisición y tras debatir las dudas presentadas por el señor Cura-Párroco, el señor Maestro de Primera Enseñanza y otros próceres distinguidos de la villa, el señor Procurador de los Tribunales de Justicia llegó a la conclusión de que era posible la celebración de un referéndum ya que si por un lado existía el derecho inalienable de Enrique- Desiderio a decidir sobre su futuro personal, por el otro, estaba el derecho de la ciudadanía al mantenimiento dentro del Catálogo de Bienes Culturales Bermejinos de un rostro único e irrepetible, según aserto del señor Veterinario de Villa Bermeja, ratificado por el señor Practicante en ausencia del Médico de Familia.


-Además -propuso don Dimas, el dueño de la pensión-, podríamos conceder una ayuda económica compensatoria a don Enrique-Desiderio por tener el detalle hacia sus paisanos de hacer dejación de sus derechos constitucionales en beneficio comunitario...
-Hasta seis mil euros, podríamos llegar a reunir en una colecta a realizar entre los distintos locales dedicados al ramo de hostelería y comercio –afirmó don Dionisio, el dueño de la taberna “La Uva”.
-Y como de todos es sabido que hasta este momento, nuestro vecino, el señor Enrique-Desiderio, nunca ha tenido contratiempo alguno en su discurrir por la vida local, pensamos que no hay motivo alguno para que el pueblo se vea obligado a desistir de un bien propio de la comunidad por el simple egoísmo de un solo ciudadano–ratificó el señor Juez de Paz.
Llegados a este punto, el señor Alcalde decidió interrumpir el debate y proceder a la puesta en marcha de lo que allí se había decidido.


En atención a sus derechos ciudadanos, lo primero sería comunicar a Enrique-Desiderio la decisión tomada para, después, elevarla al Pleno Municipal y que éste procediese a fijar fecha de la consulta y pregunta a realizar...
Así pues, la comitiva de hombres insignes de Villa Bermeja, emprendió la expedición en dirección al domicilio del “Ilustre Ciudadano Enrique-Desiderio” –que así sería designado desde este momento.


Llegados hasta su domicilio, salió la madre de nuestro querido amigo a recibir a la comitiva encabezada por el señor Cura- Párroco, que esta vez había aceptado el noble cargo de portavoz
de los hombres insignes de la villa. Don Gerundio entró hasta el salón de la casa.
Fue allí donde lucieron como nunca las dotes oratorias del Párroco. Tras sus palabras, plenas de donaire y certeza jurídica y social, tomó la palabra el señor Alcalde. Éste informó a nuestro
querido amigo de la decisión de compensarle con seis mil euros si, una vez celebrado el referéndum -y tras el previsible triunfo del NO a los deseos de Desiderio-, éste aceptaba el resultado y renunciaba a recurrir a instancias superiores...


Enrique-Desiderio permaneció mudo e impasible durante los discursos protocolarios del señor Cura-Párroco don Gerundio y del señor Alcalde. Sólo al llegar a la parte final del discurso de éste último, donde se hablaba de la cantidad de seis mil euros, empezó a reaccionar: en ese preciso instante, su rostro comenzó a experimentar una extraña mutación, sus músculos se contrajeron en una expresión horripilante que desembocó en...
UNA ESPLÉNDIDA SONRISA... 

 (De "Veinte relatos de humor y una canción desatinada", Editorial Vision-net.)

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