Saqqara es el emplazamiento de la necrópolis principal de la ciudad de Menfis, en la ribera occidental del Nilo |
El Museo del Louvre envió a un francés de 29 años llamado Auguste Mariette a Egipto llegó el 2 de octubre de 1.850 y su fulgurante carrera egiptológica, junto a las recomendaciones proporcionadas por el constructor del Canal de Suez, Ferdinand Lesseps, llevó al gobierno egipcio, en 1.868, a nombrarle Director General de Excavaciones en Egipto. Con tal cargo llegó a dirigir a 2.700 operarios en 40 excavaciones simultáneas, fundó el Museo de El Cairo y en 1.879 fue condecorado con el título de bajá. Pero sus comienzos fueron más humildes. Su misión inicial fue la de comprar papiros antiguos a las jerarquías eclesiásticas coptas con los 6.000 francos que le fueron entregados por la Academia de Ciencias de París.
Auguste Mariette |
En los paseos que en sus ratos libre se daba por El Cairo, Mariette se percató de que algunos jardines de las casas de los habitantes mas pudientes de la ciudad, estaban decorados con esfinges de piedra muy parecidas entre sí. Tras preguntar por su origen, todas las indagaciones apuntaron hacia la necrópolis de Saqqara. Se decidió a desplazarse hasta allí, y caminando por el gran complejo de la pirámide escalonada de Djoser, encontró una esfinge de piedra con la cabeza y las patas emergiendo de la arena. Se lo comentó a varias personas que se encontró, y le respondieron que el hallazgo carecía de relevancia. Había decenas de ellas por la zona, que ocasionalmente eran desenterradas por los fuertes vientos.
Aburrido por la burocracia el inquieto francés intentó paliar la espera con visitas a la meseta de Giza y Saquara, donde descubrió varias esfinges y una pizarra con el nombre de Apis. Este hallazgo le hizo evocar un escrito de Estrabón: “…En Menphis se eleva un templo con una sala donde se halla el buey sagrado Apis, que se identifica con el dios Osiris. Cerca de allí, en un lugar muy arenoso y cubierto de dunas formadas por el viento, se encuentra un templo consagrado a Serapis, cuyas esfinges, medio sepultadas por la arena, nos ha sido posible ver…”. Mariette relacionó las esfinges que veía con las mencionadas por Estrabón y decidió destinar el dinero de los papiros a la contratación de 30 trabajadores para despejar la zona en busca de los templos de Apis y de Serapis.
La apuesta le salió perfecta ya que en pocos días había desenterrado 134 esfinges y había conseguido encontrar las ruinas de un templete donde unas inscripciones señalaban que el faraón Nectarebo II (360-342 a.C.) había dedicado el templo a Apis. También encontró estatuillas diversas y una estatua de cal con la efigie de un buey Apis.
Estrabón parecía no mentir y con tal razonamiento comunicó sus hallazgos a París. Sus superiores quedaron convencidos del éxito en la empresa y le enviaron otros 30.000 francos para continuar las excavaciones así como para la obtención del correspondiente permiso. Con los problemas económicos y burocráticos resueltos la operación Serapis se puso de nuevo en marcha, esta vez con argumentos tan contundentes como el empleo de la dinamita. Gran cantidad de arena y de escombros voló por los aires y a cada explosión el desierto mostraba una herida. Por una de ellas consiguió penetrar, al fin, a una cripta subterránea. Era la mañana del 11 de noviembre de 1.851 y ante sus ojos se mostraba un maravilloso y gigantesco sarcófago.
Mariette descubrió así el primero de los sarcófagos de los bueyes Apis del Serapeum. O así lo creyó, porque la verdad es que su interior estaba vacío. Las siguientes excavaciones descubrieron otras diez bóvedas cuyos sarcófagos también se encontraban vacíos. Todas las tapas estaban descorridas unos centímetros, los suficientes para introducir la cabeza, los necesarios para comprobar que sólo contenían polvo. Pero la suerte le sonrió cuando llegaron a otra cripta donde había un féretro con la tapa sin mover, no violado por los ladrones de tumbas. Los esfuerzos para retirarla fueron inútiles pues estaba pegada con pez y los siglos habían conseguido que se uniera de tal forma al tanque que sólo existía una manera para abrirlo. Las cargas de dinamita se situaron y una esquina estalló en mil pedazos. Inexplicablemente tampoco contenía buey alguno.
Posteriormente Mariette localizó otra galería. Doce grandes nichos se abrían a derecha y a izquierda conteniendo nuevos y vacíos sarcófagos. Hoy ambas galerías están unidas y juntas llegan a medir casi los 200 metros. A ambos lados se abren un total de 23 criptas que contienen 21 tanques de granito, ya que dos están vacías. En un corredor paralelo se encuentra todavía uno de los sarcófagos que nunca llegó a su destino, 22 sarcófagos para guardar… polvo. ¿Para qué derrochar tanto esfuerzo?
Cuando Egipto se anexionó al Imperio romano los cultos dejaron de practicarse y los templos quedaron desprotegidos, sufriendo todo tipo de saqueos. Sarcófagos de madera y momias fueron utilizados como combustible. Las estatuas y otros objetos de culto no tuvieron mejor suerte cuando en el siglo II llegaron los monjes cristianos, quienes destruyeron gran cantidad de momias depositadas en galerías subterráneas. Pese a todo algunas consiguieron salvarse, pero sólo para servir de medicamento durante la Edad Media, siendo muy utilizadas para combatir la parálisis, enfermedades cardíacas, problemas de estómago, fracturas óseas o para curar la impotencia y aumentar la virilidad. El polvo de momia fue comercializado durante dos siglos en una industria que alimentó muchos hogares. Tras estos expolios surgió la fiebre del coleccionismo y muchas familias adoptaron entre sus miembros a un antiguo egipcio milenario que, aunque no daba mucha conversación, quedaba estupendo colocado en el salón de la casa con sarcófago y todo.
No resulta extraño suponer que los ladrones de tumbas saquearan la mayor parte del patrimonio cultural de los faraones. Pero recurrir a ellos siempre que no se encuentra lo que se busca resulta lamentable. En el Serapeum de Menphis no existe la menor duda de que antes de Mariette alguien quiso ver lo que contenían los tremendos tanques de granito. Pero por la ligera abertura que presentan no cabe, en ocasiones, ni siquiera un hombre.
En caso de que los bueyes hubiesen sido sacados por allí debieron cortar la momia en muchos pedazos. Y en su interior no se ha encontrado ningún rastro de fibras textiles, ni de partículas óseas, ni de rastro vegetal o mineral, ni un minúsculo trozo de metal, ni un solo pelo que delate que allí hubo alguna vez algo. Nada.
En ninguna de las galerías hay una sola inscripción. Y en ninguno de los sarcófagos existe referencia alguna que indique su antigüedad, a excepción de uno de ellos, en el que con trazo apresurado se escribieron jeroglíficos en la época de los ptolomeos.
Junto al Serapeum se encuentra un recinto que muy posiblemente se corresponda al mencionado por Estrabón. Las inscripciones de tiempos de Ramsés II indican que es mucho más antiguo de la época ptolemaica en la que se data el conjunto. Y además, Kha-m-was, no sólo era el encargado de sus cuidados, sino que también era el jefe de mantenimiento de la pirámide de Unas (VI dinastía). Sabemos también que una cuadrilla de operarios de Ramsés II a las órdenes de los sacerdotes del templo de Maat, en Tebas, se encargaron de las obras de restauración de las pirámides de Keops y Kefrén en Giza. Es decir, que eran cuidadores de monumentos mucho más antiguos. ¿Tan antiguos como el Serapeum?.
La superposición de edificaciones es algo común en Egipto ya que encontramos juntas construcciones que no cabe duda que fueron egipcias y otras que no se sabe su procedencia. Para el Serapeum se trajeron moles inmensas de granito desde Aswán, a 1.000 Km de distancia; en el templo anexo sólo se encuentran pequeños sillares de caliza, imperfectos y amontonados. El templo situado en la rampa de acceso al Serapeum no guarda relación tecnológica con las galerías y sarcófagos del mismo. Es el mismo caso del Osirión en Abydos, del templo de Isis en la Esfinge, del Obelisco Inacabado o de las mismas pirámides de Giza, que aparecen como islas anacrónicas dentro del mar cultural faraónico. Ningún jeroglífico ni relieve justifica su presencia. Ningún documento histórico indica su cronología, sus constructores o su finalidad. Y son considerados como templos o tumbas, negando con ello una posible funcionalidad tecnológica.
Tumbas, tumbas y tumbas………..¿así de sencillo es todo?. Tumbas y siempre tumbas. El problema es que las pirámides de Giza o el Serapeum no parecen tumbas. No existe civilización como la egipcia que haya despojado a la muerte del miedo que provoca. Las tumbas, lejos de lo macabro o transitorio, son hasta confortables. La decoración es bella y las escenas que se representan son alegres. No existe un centímetro de pared o de techo que no esté decorado o esculpido. Pero en el Serapeum no existe nada de eso.
Cuando Auguste Mariette abrió con dinamita uno de los grandes tanques de granito del Serapeum presenció algo increíble. Según cuenta, tras la explosión la cripta se llenó de polvo pero, inmediatamente, todas esas partículas se introdujeron por arte de magia en el interior del sarcófago. Uno de los “sarcófagos” abiertos mediante dinamita. por la abertura que produjo el estallido. ¿Qué tecnología es capaz de cerrar al vacío un tanque de granito de ocho metros cúbicos de volumen interior? ¿Por qué estaba cerrado al vacío, incluso con la tapa pegada con pez, si dentro no se había colocado nada?. Un examen del corte y del pulimento interior de los tanques indica que fueron pulidos con una precisión óptica, de tal forma que sus superficies parecen espejos y en su reflejo no aparece la más mínima imperfección. En sus esquinas se muestran las marcas de una máquina impensable que cortó en ángulos rectos perfectos todas las aristas. La tapa encaja en íntimo contacto, con una precisión difícil de conseguir por nuestra tecnología. Y guardan, aún, sorpresas más comprometedoras.
En las superficies exteriores, tanto en la tapa como en el tanque, se aprecian unas sospechosas incisiones circulares. Su estudio dictamina que fueron realizadas por máquinas, unas perforadoras que dejaron en la piedra unas cavidades que van desde los 10 ctms a los 60 ctms, con una limpieza y perfección que asusta. Estas marcas están colocadas sin orden y surgen sólo en ciertas partes de algunos sarcófagos. Su función no es decorativa, ya que ningún elemento de ese tipo aparece ni en las galerías, ni en las criptas, ni en los tanques. Si estas moles de piedra tuvieron alguna vez una funcionalidad técnica, apartada del carácter religioso que parecen representar, esos orificios debieron servir para un propósito determinado.
En motores como los que mueven nuestros vehículos, los mecánicos practican a veces una técnica consistente en el equilibrado de las piezas. Para evitar vibraciones tanto las bielas, como los pistones u otros elementos deben pesar lo mismo. Para ello toman como referencia la pieza que pese menos y a las restantes les hacen unas perforaciones para rebajarles el peso que les sobra. Tanto en el bloque del motor como en el cigüeñal también se realizan perforaciones para evitar que su movimiento o su giro se produzca el efecto peonza. Con los taladros se consigue equilibrar en peso todos los elementos del motor. Es la técnica contraria al equilibrado de las ruedas, a las que se añade una pieza de plomo en la parte de menos peso, mientras que en el motor se quita un trozo de la parte más pesada. Esta técnica para nosotros es habitual, pero ¿y en el Antiguo Egipto?
El que las perforaciones en los sarcófagos del Serapeum tuvieran como fin el equilibrado produce escalofríos, porque habría que imaginarse a estas moles moviéndose. Sin embargo, curiosamente, muchas de ellas están encajadas en el suelo. Con 60 toneladas de peso resulta difícil que se desplazasen y, sin embargo, las han clavado, como en el caso del sarcófago de la pirámide atribuida a Kefrén. Y más impensable es evaluar la energía y la mecánica necesarias para dotar a estos gigantes de la fuerza necesaria para su vibración, así como imaginar el posible propósito de tal hazaña. Pero en Egipto también hay pistas sobre ello. Si la energía piramidal es un hecho, cosa que no tiene la menor duda, no existe una fuente de producción de energía que no lleve asociado un elemento capaz de almacenarla y distribuirla posteriormente. El Serapeum está dispuesto en dos baterías de 12 sarcófagos en serie o pilas enfrentadas, siendo los tanques de un granito con alta proporción de cuarzo, capaz de canalizar energías de forma adecuada.
Pero eso es otra ciencia no comprendida por la nuestra, que no entiende ni podrá explicar nunca cómo se realizaron las proezas arquitectónicas de las que Egipto está plagado. Una energía de extraña índole producida por elementos geométricos, capaz de transmitirse sin cables, que puede ser receptora en espacios no conductores y que puede alterar tanto la materia como otros planos más sutiles. Eso, quizás, sea mucho suponer, aunque explicaría el oscuro propósito de Manetón. Si el Ka se manifiesta como fuerza y potencia, si lo que se ha pretendido siempre en los grandes iniciados ha sido el transmutar, el cambio de naturaleza para ser como Osiris, en el Serapeum tenían la tecnología capaz de tales increíbles logros. Y también se entendería ese cambio de naturaleza de Kha-m-was, el sacerdote de Ptah hijo de Ramsés, que hizo enterrar su doble de betún y astillas de hueso en las criptas del templo. Por lo menos lo intentó y quizás también parte del polvo que hoy recubre el Serapeum contenga algún resto de Manetón, en caso de que consiguiera sus propósitos.
Hay mucho mas pero parece que no quieren |
El Serapeum fue reabierto al público en 2012 después de unas obras de remodelación que duraron 11 años.
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