En el sudeste del mar Egeo, bajo la costa sudoccidental de Turquía, se encuentra la isla más grande del Dodecaneso griego. Su escaso tamaño (1.400 km2 aproximadamente) y su situación estratégica la convirtieron durante siglos en protagonista de todo tipo de avatares, destacando un llamativo y peculiar ir y venir de alianzas. Su nombre, sin embargo, quedó y permanecerá eternamente ligado a un suceso concreto acaecido en el siglo IV a. C. y a un monumento legendario: el Coloso de Rodas.
Si las Pirámides de la meseta de Guiza en Egipto ostentan el privilegio de ser la única de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo que todavía sigue en pie (la mayor parte de su estructura), es precisamente poder verlas y tocarlas (e incluso entrar en su interior) lo que les arrebata el halo de leyenda que sí poseen el resto de obras: los Jardines Colgantes de Babilonia, el Templo de Artemisa en Éfeso, la Estatua de Zeus en Olimpia, el Mausoleo de Halicarnaso, el Faro de Alejandría y nuestro protagonista: el Coloso de Rodas. Precisamente este último es el que ha despertado mayor fascinación y ha llegado hasta nuestros días debatiéndose entre la historia y la leyenda.
Retrocedemos hasta el año 305 a. C. Ptolomeo I se acababa de proclamar primer faraón de la dinastía ptolemaica. Rodas disponía de un gobierno independiente aliado con el nuevo rey de Egipto, lo que le enfrentaba al macedonio Demetrio I (Demetrio Poliorcetes, el asediador de ciudades), sucesor de Antígono I (general y uno de los sucesores de Alejandro Magno). Demetrio decidió asediar la isla con 40.000 hombres, pero el asedio, que duró un año entero, no obtuvo el fin deseado. Tras recibir el apoyo del ejército de Ptomoleo, los rodios no sólo salieron victoriosos, sino que vieron como sus atacantes se retiraban dejando abandonado gran cantidad de material militar. Así es como surgió la idea de construir el Coloso. Con las ganancias obtenidas en la venta del material, Rodas decidió construir un monumento a Helios (dios del Sol) que sirviera para conmemorar la victoria y demostrar su poder. La obra, dirigida por el escultor Cares de Lindos, fue ejecutada entre los años 292 y 280 a. C.
Sobre una base de mármol blanco, se asentaba una escultura de 30 metros de altura formada por planchas de bronce que revestían una estructura construida con hierro y piedra. El coloso representaba a Helios, desnudo, portando una capa sobre su hombro o brazo izquierdo, mirando hacia el Este y sosteniendo una antorcha en una mano y una lanza en la otra. ¿Era exactamente así el Coloso de Rodas? No lo sabemos. Es tan sólo una de las posibles descripciones a partir de los diferentes textos que han llegado hasta nuestros días, como el de Plinio el Viejo en su Naturalis historia (Historia natural). Precisamente el texto de Plinio es un ejemplo de la enorme dificultad que entraña definir cómo pudo ser la escultura al dios griego. El escritor romano, que vivió durante el siglo I de nuestra era, habla del Coloso cuando éste ya está en el suelo, donde permaneció durante casi un milenio (hasta la invasión árabe en el 654 d. C.).
La imagen del Coloso que todos tenemos en mente, y como casi siempre se ha representado, es la del dios situado sobre la bocana del puerto, con las piernas abiertas, de modo que las embarcaciones pudieran pasar por debajo. Sin embargo, los últimos estudios se han puesto de acuerdo en señalar que dicha estructura no sólo no habría podido mantenerse en pie (se habría hundido por su propio peso), sino que habría implicado la necesidad de bloquear el acceso al puerto durante demasiado tiempo. Por ello plantean que, con toda probabilidad, la estatua no tenía las piernas abiertas y se situaba en el interior de la isla, en la Acrópolis, sobre la colina que hay detrás del puerto. Lo cierto es que, si esta conclusión es acertada, es muy decepcionante respecto a la imagen legendaria que ha llegado hasta nuestros días; aunque no deja de ser un monumento espectacular (casi tan alto como la Estatua de la Libertad) que debió despertar la admiración de las embarcaciones que navegaron por la zona.
Es muy probable que la escultura, al caer sobre la ciudad, fuera responsable de gran parte de los destrozos producidos por el terremoto. Para ello tenemos que dar por válida la hipótesis de que su ubicación era el interior de la isla y no la entrada al puerto. De haber sido así, habría caído sobre el agua y sus restos no habrían permanecido a la vista durante tanto tiempo. Los rodios declinaron el ofrecimiento de Ptomoleo III, que les propuso reconstruir el monumento (un oráculo les había dicho que su destrucción había sido voluntad de los dioses), probablemente temerosos de otro fatal desenlace.
Aunque estemos hablando únicamente del Coloso de Rodas, no está de más recordar que las Siete Maravillas del Mundo Antiguo no dejan de ser una elección caprichosa sin ningún criterio que pueda presumir de objetivo. También conviene señalar que la lista considerada hoy «oficial», coincidente con la de Antípatro de Sidón (siglo II a. C.), no es la única confeccionada, y que en cada una de las listas han entrado y salido lugares y monumentos bajo las preferencias e intenciones de cada autor. De hecho, la lista de Antípatro es la misma que la de Aristóbulo (siglo IV a. C.), historiador y arquitecto, que no pretendió otra cosa que resaltar la grandeza de Alejandro Magno describiendo las maravillas que contenía su imperio.
Como dato curioso, hay que decir que Rodas está indirectamente relacionada con otra de las siete maravillas, en concreto con el Mausoleo de Halicarnaso. Mausolo, que fue quien mandó construir para sí mismo el también legendario monumento funerario, tomó el control de la isla en el 357 a. C. La palabra mausoleo, «sepulcro magnífico y suntuoso» en la definición de la RAE, debe su existencia a Mausolo.
El Coloso de Leone
En el año 1961 se estrenó El Coloso de Rodas, una coproducción entre Francia, Italia y España. La película, dirigida por el conocido Sergio Leone, es una resultona patada a la historia que fue rodada en diferentes lugares de España como Asturias, Cantabria, Segovia (Granja de San Ildefonso) y Cuenca (Ciudad Encantada). Perteneciente al género conocido como péplum (cine «histórico» de aventuras), ha envejecido con previsibles y notables dificultades, pero es una película entretenida que «se deja ver». Entre sus escasos méritos está el de contribuir a la difusión de la imagen más conocida del Coloso, aunque con una característica adicional: disponer de un mecanismo que arroja fuego sobre cualquier embarcación que pretenda entrar (o salir) sin permiso. La idea puede parecer peregrina, pero da mucho juego.
Historia y leyenda
El Coloso de Rodas forma parte de la historia por ser una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, pero no sabemos casi nada de él. Tanto es así, que bien podemos afirmar que, de todo cuanto se ha dicho a lo largo del tiempo, hay mucho más de leyenda que de historia (característica que comparte con el resto de maravillas desaparecidas). Incluso hay quien se ha atrevido a cuestionar su existencia, extremo que a todas luces carece de sentido. No parece probable que nuevos hallazgos arqueológicos arrojen luz sobre los enigmas que envuelven al Coloso, aunque nunca se puede descartar. Así las cosas, seguiremos disfrutando de una de esas leyendas que incitan a soñar. Eso sí, siempre dispuestos a aceptar que alguien, en algún momento, demuestre una vez más que las cosas, en realidad, fueron de otro modo
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