lunes, 28 de octubre de 2019

Halloween - Víspera de Todos los Santos

Halloween (contracción del inglés All Hallows' Eve, en español: «Víspera de Todos los Santos»), también conocido como Noche de Brujas o Noche de Víspera de Difuntos, es una celebración moderna resultado del sincretismo originado por la cristianización de la fiesta del fin de verano de origen celta llamada Samhain.
Sus raíces están vinculadas con la conmemoración celta del Samhain y la festividad cristiana del Día de Todos los Santos, celebrada por los católicos el 1 de noviembre para las iglesias católicas de rito latino, y el primer domingo de Pentecostés en la Iglesia ortodoxa y las católicas de rito bizantino. Se trata de un festejo secular, aunque algunos consideran que posee un trasfondo religioso. Los inmigrantes irlandeses transmitieron versiones de la tradición a América del Norte durante la Gran hambruna irlandesa.
Se celebra internacionalmente en la noche del 31 de octubre, sobre todo en la angloesfera, como Canadá, Estados Unidos, Irlanda o Reino Unido, y en menor medida en otros lugares como España e Iberoamérica. A pesar de pertenecer al mundo anglosajón, en Australia y Nueva Zelanda no se observa esta costumbre tanto como en los demás países.
El día se asocia a menudo con los colores naranja, negro y morado y está fuertemente ligado a símbolos como la 'Jack-o'-lantern' . Las actividades típicas de Halloween son el famoso dulce o truco y las fiestas de disfraces, además de las hogueras, la visita de casas encantadas, las bromas, la lectura de historias de miedo y el visionado de películas de terror.
La Conmemoración a los Fieles Difuntos, generalmente llamada Día de Muertos o Día de los Difuntos es una celebración que se realiza el 2 de noviembre complementando al Día de Todos los Santos o dia de los muertos, cuyo objetivo es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrenal y, especialmente, por aquellos que se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio.
MÉXICO: NOCHE DE LOS MUERTOS
Samhain o Samaín es la festividad de origen celta más importante del período pagano en Europa hasta su conversión al cristianismo, en la que la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre servía como celebración del final de la temporada de cosechas en la cultura celta y era considerada como el Año Nuevo Celta, que comenzaba con la estación oscura. Es tanto una fiesta de transición (el paso de un año a otro) como de apertura al otro mundo. Su etimología es gaélica y significa 'fin del verano'.
¿Truco o trato?
En la actualidad el Samhain continúa celebrándose por los seguidores de movimientos religiosos neopaganos, como la wicca y el druidismo.
CERNUNNOS  El mistico dios del bosque celta y wicca
Los wiccanos conmemoran la muerte del dios y su viaje al Otro Mundo, mientras la diosa llora su muerte. Es la noche en la que los wiccanos recuerdan a sus ancestros y antepasados. Se dice que debido al viaje del dios, las leyes mundanas del tiempo y el espacio están temporalmente suspendidas y la barrera entre los mundos desaparece. Comunicarse con los antepasados y espíritus de fallecidos es fácil para este tiempo. Además se considera Samhain como punto de inflexión y comienzo del año wiccano, el fin del ciclo de la vida, donde todo vuelve a comenzar.
Druida
Sobre la religión de los druidas, no se sabe mucho, pues no hay escritos sobre ella; todo se transmitía oralmente de generación en generación. Sin embargo, sí se sabe que las festividades del Samhain se celebraban muy posiblemente entre el 5 de noviembre y el 7 de noviembre (a la mitad del equinoccio de otoño y el solsticio de invierno) con una serie de festividades que duraban una semana y finalizaban con la fiesta de «los espíritus», y así se iniciaba el año nuevo celta.

Así fue como, en el siglo VII d.C., el papa Bonifacio IV incorporó la antigua tradición celta, que figuraba en el calendario romano y se practicaba en las tierras bretonas, al conjunto de las celebraciones cristianas con el nombre de la víspera del Día de Todos los Santos, en un intento de darle un marco sagrado a la arraigada tradición pagana.

Sin embargo, la celebración de “All Hallows Eve” aún no había dejado de transformarse. Hacia el año 1845, Irlanda experimentó su peor crisis económica y social, en lo que se llamaría más tarde la Gran Hambruna Irlandesa. Millones de irlandeses emigraron a otros países en busca de trabajo, siendo los recientes Estados Unidos de América el principal destino de los exiliados.
Emigrantes en 'La Gran Hambruna' de Irlanda
Los irlandeses llevaron sus tradiciones, y así fue como All Hallows Eve se convirtió en Halloween. Con la intervención norteamericana, la celebración tomó un cariz mucho más pintoresco, cuando no comercial.
Una de las tradiciones más populares en el Halloween actual es el de ahuecar y tallar una calabaza. El origen real de esta tradición era la de hacer un farol llamado Jack-o-lantern surgido del  folklore irlandés del siglo XVIII. Cuenta la leyenda de esta tradición que Jack era un bebedor, jugador y holgazán que pasaba los días tumbados bajo un roble. En una ocasión se le apareció Satanás para llevarlo al infierno; pero Jack le retó a trepar al roble y, cuando el diablo estuvo en la copa del árbol, talló una cruz en el tronco para impedirle descender. Entonces Jack hizo un trato con el diablo: le permitiría bajar si nunca más volvía a tentarlo con el juego o la bebida.
Jack o' lantern
Cuando Jack murió, sin embargo, no pudo entrar en el cielo debido a sus pecados en vida, y tampoco pudo hacerlo en el infierno por haber engañado al diablo. Con el fin de compensarlo, el diablo le entregó una brasa para iluminar su camino en la noche helada por la que debería vagar hasta el día del Juicio Final. La brasa estaba colocada dentro de una cubeta ahuecada que era un nabo, y que tenía que arder por siempre como un farol.
Basandose en esta leyenda los irlandeses solían utilizar nabos para fabricar sus «faroles de Jack», pero cuando los inmigrantes llegaron a Estados Unidos advirtieron que las calabazas eran más abundantes que los nabos.
Y así comenzó la tradición de tallar calabazas para la noche de Halloween y transformarlas en faroles con una vela en su interior. El farol no tenía como objetivo convocar espíritus malignos sino mantenerlos alejados de las personas y de las casas.
En cuanto a la costumbre del «truco o trato» o pedir caramelos de puerta en puerta, surge en 1930 y tiene como origen una práctica que surgió en Europa durante el siglo IX llamada souling, una especie de servicio para las almas. El 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, los cristianos primitivos iban de pueblo en pueblo mendigando «pasteles de difuntos» (soul cakes), que eran trozos de pan con pasas de uva. Cuantos más pasteles recibieran los mendigos, mayor sería el número de oraciones que rezarían por el alma de los parientes muertos de sus benefactores

La práctica se trasladó a los  Estados Unidos como un intento de las autoridades por controlar el vandalismo que se producía durante la noche de Halloween. Hacia fines del siglo XIX, algunos sectores de la población consideraban la noche del 31 de octubre como un momento de diversión a costa de los demás, inspirados por la «noche traviesa» (Mischief Night) que formaba parte de la cultura irlandesa y escocesa .y aunque los actos consistían en bromas pesadas como derribar cercos o enjabonar ventanas, acabó derivando en auténticos actos contra personas y animales por no hablar de que tuvo un punto máximo durante la década de 1920 con las masacres perpetradas por los enmascarados del Ku Klux Klan.
Ku Klux Klan (KKK) es el nombre adoptado por varias organizaciones de extrema derecha en los Estados Unidos
Es por ello que los grupos de la comunidad comenzaron a proponer alternativas de diversión familiar para contrarrestar el vandalismo: concursos de calabazas talladas y disfraces o fiestas para niños y adultos.
De este modo, se proponían retomar el espíritu de los primitivos cristianos, y así iban casa por casa disfrazados o con máscaras ofreciendo una sencilla representación o un número musical a cambio de alimento y bebida y luego más adelante, derivó en dulces y caramelos

¿Truco o trato?

martes, 22 de octubre de 2019

¡Os vais a cagar!

Esto es un mensaje para aquellos que trabajan, en servicio a si mismos en las sombras, detrás de la cortina.

Comprad mucho, lo vais a necesitar…


jueves, 17 de octubre de 2019

La inspiración - Las Nueve Musas

La inspiración en la composición artística se asocia a un brote de creatividad. Literalmente, la palabra significa "recibir el aliento", y tiene sus orígenes en el helenismo y la cultura hebrea. Homero y Hesíodo, en las primeras discusiones sobre la naturaleza de la inspiración destacan como importante tanto los aspectos rituales como los orígenes divinos del aliento de un dios. Por ejemplo tanto el oráculo de Delfos, como otras sibilas, recibían el vapor y humos divinos en una caverna dedicada a Apolo antes de realizar una profecía. Por lo tanto, las invocaciones a las musas y otros varios dioses poéticos (en particular, Apolo y Dionisio) son auténticas plegarias en busca de inspiración, para recibir el aliento del dios.
Oráculo de Delfos
Las Musas (μοῦσαι, “mousai”) son, según los escritores de la antigüedad, las inspiradoras de las Artes, susurrando e inspirando a los artistas a lo largo del mundo, ninfas relacionadas con ríos y fuentes. Engendradas por Zeus y Mnemósine, según Hesíodo, o por Urano y Gea, según alguna otra versión como la del poeta Alcmán, son capaces de inspirar toda clase de poesía, así como de narrar a un tiempo el presente, el pasado e incluso el futuro, dadas sus virtudes proféticas.
Apolo y Las Musas
Son compañeras del séquito de Apolo, dios olímpico de la música y patrón de las “bellas artes”. Apolo tuvo romance y descendencia con ellas.


El poeta Hesíodo, considerado el primer filósofo de la Antigua Grecia fue el primero en poner nombre a cada una de las musas: 

Calíope
Calíope (Καλλιόπη, “la de la bella voz”): Musa de la elocuencia, belleza y poesía épica o heroica (canción narrativa).Es la primera de todas en dignidad, la que ocupa un lugar de honor en el cortejo. Representada con una corona de laurel, estilete y portando una lira. Madre de Orfeo.

Clío
Clío (Κλειώ, “la que ofrece gloria”): Musa de la Historia (epopeya). Su función era mantener vivos los actos generosos y los triunfos. Se la representa con una trompeta, pergaminos, un libro abierto y corona de laurel.

Erató
Erató (Ἐρατώ, “la amorosa”): Musa de la poesía lírica-amorosa (canción amatoria). Coronada con rosas, se la representa portando una kithara (instrumento de cuerda perteneciente a la familia de los instrumentos de cuerda pulsada, similar a la lira pero con caja de resonancia).

Euterpe
Euterpe (Εὐτέρπη, “la muy placentera”): Musa de la música, especialmente del arte de tocar la flauta. Se representaba con un aulós (especie de flauta doble), flauta de Pan y coronada de flores.

Melpómene
Melpómene (Μελπομένη, “la melodiosa”): Musa de la tragedia. La tragedia como “difícil arte que despierta el ingenio y la imaginación”. Se representa ricamente vestida y portando una máscara trágica como su principal atributo.

Polimnia
Polimnia (Πολυμνία, “la de muchos himnos”): Musa de los cantos sagrados y la poesía sacra (himnos). Se representaba vestida de blanco (velo) y con uvas.

Talía
Talía (Θάλεια o Θαλία, “la festiva”): Musa de la comedia y de la poesía bucólica. Presidía los banquetes y otras festividades, otorgando dones de abundancia. Se la representaba como una joven risueña coronada de hiedra, con la máscara cómica y un cayado de pastor como atributos.
Terpsícore
Terpsícore (Τερψιχόρη, “la que deleita en la danza”): Musa de la danza y poesía coral. Representada sentada con una lira (principalmente) y guirnaldas.

Urania
Urania (Οὐρανία, “la celestial”): Musa de la astronomía, poesía didáctica y las ciencias exactas. Se la representa portando un globo terráqueo, el cual mide con un compás.

Las Musas son las cantoras divinas que con sus coros e himnos deleitan a Zeus y a los demás dioses en el Olimpo, su morada, bajo la dirección de Apolo. Otras veces descienden a la Tierra, actuando de mediadoras entre lo divino y los seres humanos gracias a la inspiración que transmiten a los poetas, proporcionándoles el conocimiento de lo Eterno.

Hay que destacar el culto que se les rindió en Tracia, concretamente en Pieria, cerca del monte Olimpo (de ahí que en ocasiones reciban el nombre de Piérides) y en Beocia, en las laderas del monte Helicón. En este último lugar es donde cuenta Hesíodo que se le aparecieron y, dándole una vara de laurel a modo de cetro, le encomendaron componer su obra Teogonía.

En el Siglo IV d. C., previo a la Edad Media, y con el abandono del paganismo y el triunfo del (cristianismo), la adoración de la musas, como de todas las deidades, quedaron abandonadas. En una época más tardía se volvió a considerar a las musas (cuyo número se redujo a siete), asociándolas con las llamadas artes liberales.

miércoles, 16 de octubre de 2019

miércoles, 9 de octubre de 2019

Sobre el granizo y los truenos, de Agobardo de Lyon



La lectura de este sorprendente texto del siglo IX, "Sobre el granizo y los truenos" (De grandine et tonitruis; c. 815-817), de Agobardo de Lyon (769-840), publicado por Siruela en su veterana colección de «Lecturas medievales», constituye una magnífica prueba de cómo el devenir de los libros es siempre inescrutable. Un sermón ideado originariamente para combatir una superstición en la que no creo, apoyado en unos argumentos de autoridad que no comparto, nos depara una gratísima lectura que poco tiene que ver con las intenciones de su autor al componerlo. Agobardo, obispo de Lyon entre 816 y 840, fue una destacada figura del Renacimiento Carolingio, autor de una importante colección de textos latinos, epístolas y sermones en su mayoría. Sus obras, pronto olvidadas y luego perdidas, fueron recuperadas casi milagrosamente en 1605 por el humanista Papire Masson, que salvó el manuscrito que las contenía (fuente única del texto que se comenta) cuanto estaba a punto de ser «reciclado» por un encuadernador lionés (presumible fin de muchos manuscritos venerables), dándolo a la estampa ese mismo año en la ciudad de París.
El propósito de "Sobre el granizo y los truenos" no fue otro que combatir una superstición muy extendida en la diócesis lionesa: una fantástica creencia según la cual las tormentas de granizo, tan frecuentes y perjudiciales para la agricultura del territorio, eran provocadas por unos malvados «tempestarios» (immissores tempestatum), que trabajaban a sueldo para los naturales de un fabuloso país denominado Magonia («tierra de magos»).
Magonia
Estos magos extranjeros se aproximaban solapadamente a los cultivos en sus propios barcos, navegando sobre las nubes de tormenta, con el innoble fin de apropiarse de los frutos y granos derribados por el pedrisco.
La redacción de este curioso sermón pudo estar motivada por un hecho puntual, recogido en el propio texto: la presentación ante Agobardo de unos supuestos aeronautas, caídos de las citadas naves, que iban a ser lapidados por los indignados campesinos, y a los que el obispo logró salvar in extremis. Para deslegitimar estas delirantes patrañas, Agobardo se apoya en la autoridad de las Sagradas Escrituras (Éxodo, Salmos, Job, Elías…), componiendo un sermón erudito que incluye una completa antología bíblica de fenómenos meteorológicos adversos: rayos, granizo, lluvias torrenciales, sequías o nieve. El control de estas plagas naturales corresponde a Dios —argumenta Agobardo—, que las utiliza a su criterio para castigar a la humanidad pecadora, ya sea por su propia mano o valiéndose de hombres justos que actúan como intermediarios (como Moisés con las plagas de Egipto). Por tanto, la supuesta habilidad de estos infames tempestarios supondría una apropiación indebida, escandalosamente impropia, de un poder que solo pertenece a Dios, y que Este no podría tolerar en modo alguno. Aunque el argumento de autoridad es la herramienta principal de Agobardo —como corresponde a su época y estatus eclesiástico—, no faltan en su discurso los argumentos racionales, ni dejan de deslizarse en el texto algunas explicaciones de índole natural:
Pues también hay una causa para que ambos se produzcan [el granizo y la nieve], cuando las nubes se elevan más de lo acostumbrado en uno y otro tiempo [verano e invierno respectivamente].

Agobardo asegura además haber emprendido pesquisas personales acerca de la veracidad de los testigos, que siempre terminaron confesándole —apremiados por su autoridad— que nunca habían visto el fenómeno con sus propios ojos. También extiende Agobardo su incredulidad a la figura de los «defensores», hechiceros capaces de mantener apartadas las nubes de tormenta, un servicio por el que cobraban a los campesinos un impuesto denominado «canónico». Como estos pagos eran frecuentemente esgrimidos como excusa para no pagar el diezmo a la Iglesia, no debe extrañarnos mucho que Agobardo combatiera también esta creencia supersticiosa, en la que señala una gravísima falta de fe en Dios. Para finalizar, Agobardo añade a su sermón una breve crónica de la epizootia que castigó al territorio franco en 810, así como un resumen de los graves desórdenes que provocó y de las creencias irracionales con las que el pueblo ignorante pretendía explicar su aparición. Siquiendo quizás el modelo de Virgilio (Bucolica, III), Agobardo pone así un dramático punto final a su discurso




Agobardo predicando contra Magonia. A la izquierda pueden verse, maniatados, dos de los supuestos aeronautas caídos.

San Agobardo -su festividad se celebra el 6 de junio- como dije, ni creía en los tempestarios ni en la existencia de Magonia. El clérigo consideraba tales creencias propias de hombres sumidos en una “gran estupidez”, en una “profunda locura”, y se enfrentó a ellas abiertamente hasta el extremo de salvar la vida de cuatro supuestos tempestarios. Lo cuenta, con más detalle que el propio interesado, el abate Nicolás de Montfaucon de Villars (1635-1673) en sus "Coloquios sobre las ciencias ocultas".

Sucedió un buen día, hace 1.200 años, que los habitantes de Lyon capturaron a tres hombres y una mujer que, según el populacho, habían bajado de un barco volador. Los lugareños estaban convencidos de que se trataba “de magos enviados por Grimoaldo, duque de Benevent, enemigo de Carlomagno, para perder las cosechas de Francia”. Los acusados adujeron en su defensa que eran originarios de la región, pero que habían sido “raptados poco tiempo atrás por hombres milagrosos que les mostraron inauditas maravillas para que volvieran a contarlas”. Sus captores estaban dispuestos a lapidarlos hasta que los presentaron ante Agobardo, y éste medió en la disputa. Tras escuchar a ambas partes, el obispo de Lyon no dio crédito a ninguna. Dictaminó que “no era cierto que esos hombres hubieran bajado de los aires”, como matenían los lugareños, ni lo que los presuntos hechiceros decían haber visto. “El pueblo -concluye Montfaucon de Villars- creyó más a su buen padre Agobardo que a sus propios ojos, se apaciguó, liberó a los cuatro embajadores de los silfos y se acogió con admiración al libro que Agobardo escribió para confirmar la sentencia pronunciada”.

Tres siglos después de la publicación de los Coloquios, un ufólogo francés, Jacques Vallée, rescató la ciudad de las nubes del olvido en su obra "Pasaporte a Magonia" (1969). Según el hombre en quien se inspiró Steven Spielberg para el personaje interpretado por François Truffaut en Encuentros en la tercera fase (1977), “los seres de los ovnis actuales pertenecen al mismo tipo de manifestaciones que se describían en siglos pasados secuestrando humanos y volando a través de los cielos”. Ángeles, demonios, hadas, elfos y extraterrestres serían, en su opinión, diferentes denominaciones de unos mismos entes de otra dimensión que han influido en la historia humana desde hace milenios. “Magonia -sostiene el ufólogo en Dimensions (1988)- constituye una suerte de universo paralelo que coexiste con el nuestro. Se hace visible y tangible sólo a gente elegida, y las puertas que a él conducen son puntos tangenciales conocidos únicamente por los elfos y unos pocos de sus iniciados”.
 
Al igual que otros fracasaron antes en su empeño de demostrar que el Olimpo, el Cielo, el Infierno o el País de las Hadas tenían una base real, Vallée no ha logrado probar la realidad física de Magonia. De lo que no hay duda, sin embargo, es de que existe, aunque no tal como presume el ufólogo francés. Magonia está a nuestro alrededor. En todas partes y en ninguna. Y los tempestarios y las hadas, seres en los que ya casi nadie cree, han sido sustituidos en el imaginario popular por las personas dotadas de poderes extraordinarios y las entidades de otros mundos, sean extraterrestres o espíritus.

Ahí fuera -donde, según Expediente X, está la verdad-, hay individuos que, entre otras muchas habilidades sorprendentes, dicen ver el futuro; sanar graves enfermedades y lesiones mediante la imposición de las manos; estar en contacto con alienígenas; comunicarse con los muertos; doblar metales con el poder de la mente; leer el pensamiento de los demás; diseccionar la personalidad a partir de los rasgos de la escritura, y viajar en espíritu, escapándose del cuerpo. A pesar de que la vida diaria de la mayoría discurre al margen de lo sobrenatural, lo paranormal nos tiene cercados: enigmáticos humanoides habitan las más altas cumbres y la espesura de los bosques; monstruos antediluvianos viven en las aguas de algunos lagos; extraños dibujos aparecen de la noche a la mañana en los sembrados; barcos y aviones se esfuman sin más en ciertas regiones del planeta; estatuas de la divinidad lloran lágrimas de sangre; hay rastros de continentes sumergidos donde, en un pasado remoto, se desarrollaron civilizaciones más avanzadas que la actual; millones de seres humanos han sido secuestrados por los alienígenas que nos visitan a bordo de platillos volantes; la tecnología empleada para erigir las pirámides y otros grandes monumentos del pasado revela que sus constructores o bien tenían conocimientos extraordinarios o bien eran extraterrestres…
 
El misterio nos rodea, y son muchos los ciudadanos de los países desarrollados que se sienten perdidos en ese laberinto de espejos que es Magonia, sin saber qué paredes son reales y cuáles, mera ilusión. Sin estar seguros de si algo es cierto o ha sido deformado, consciente o inconscientemente, por quienes dicen haber visto o vivido maravillas. La culpa de esa desorientación no es únicamente de quienes la sufren, que podrían paliarla si pusieran interés, sino también de quienes deberían guiarles por ese laberinto de supersticiones. Como lamenta Robert L. Park, director de la oficina en Washington de la Sociedad Americana de Física, en su obra Ciencia o vudú (2000), “no es sorprendente que el público tenga problemas a la hora de distinguir entre charlatanes y expertos: no hay nadie que le diga quién es quién”. Porque la mayoría de los científicos prefiere mirar para otro lado.